Economías sociales, inclusivas y diversas
Hacia el fin de las desigualdades sociales
En nuestros tiempos, las desigualdades
sociales se hacen más obvias y más latentes que nunca, enmarcadas por los antagonismos
de clase y tensionadas por asimetrías de género y raza. Vemos con el
paso del tiempo que estas desigualdades se agudizan gradualmente, basta ver los
tintes del fascismo que se imprimen en diversas partes del mundo. El sistema
socioeconómico que habitamos viene definido no solo por ser capitalista, sino
también por ser heteropatriarcal y por estar racialmente estructurado
neocolonialista y atropocéntrico.[1]
Antagonismo de clase
La desigualdad por clase se ha
cobijado y legitimado por estructuras e instituciones socioeconómicas definidas
en términos puramente objetivos, es decir, en relación con la posesión y
propiedad del capital y los medios de producción, así como una determinada
distribución del producto social. Y dependiendo de esa posesión es como se
vienen determinando las diferencias de riqueza, poder y prestigio entre los
grupos, lo cual, no es una cuestión meramente casual o fortuita, sino que parte
de una estructura económica que reproduce desigualdades económicas. Asimismo,
las desigualdades por clase, no solo son relacionales y materiales, sino
también ideológicas, en el sentido de que generan subjetividades en la búsqueda
del máximo beneficio individual, amparado por el paradigma del homo economicus.
Por otro lado, el imaginario del
progreso económico, la modernidad y el crecimiento ilimitado ha demostrado que
no ha sido la receta infalible para el éxito y la prosperidad de las
sociedades, sino más bien han incubado brechas irreconciliables de desigualdad,
por lo tanto, ya no es posible seguir pensando en un crecimiento ilimitado ante
un mundo con recursos limitados, es necesario dilucidar si queremos continuar
con la receta del crecimiento o caminamos en dirección opuesta: al
decrecimiento.
El decrecimiento busca organizar la producción y utilizar de manera razonable los recursos del entorno, así como también, propone una crítica radical a la sociedad de consumo; así el decrecimiento no puede ser sino un decrecimiento de la acumulación, de la explotación y de la depredación. También consiste en llevar a la práctica “las ocho R”: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar[2]. La praxis de dichos principios se encuentra inmersa en estructuras socioeconómicas que buscan la equidad y la justicia socioeconómica, entre ellas; las denominadas economías alternativas, inclusivas, transformadoras, sociales, solidarias, feministas, cooperativistas, entre otras.

Dichos modelos socioeconómicos
desde sus diferentes luchas y realidades, proponen reducir las desigualdades
por clase, a través del trabajo colectivo, la distribución equitativa del
producto social, la socialización de los medios de producción y del capital.
Del mismo modo, la despatriarcalización de sus instituciones económicas,
favoreciendo la diversidad y la inclusión.
Desigualdad por raza
No tiene ningún sentido hablar de
diferencias por raza y etnia, ya que no se trata de un determinismo
biológico ni mucho menos natural, sino más bien la desigualdad responde a una
lógica económica, social y cultural; existe un gran concenso entre biólogos,
genetistas, y antropólogos de que la idea de raza es una “invención
cultural,” y de que en términos biológicos, las razas no existen ni hay
diferencias en su capacidad mental.
No obstante, continuamente somos racializados,
es decir, dependiendo sí somos latinos, negros, indígenas[3] o blancos,
recibiremos un trato favorable o discriminatorio. México, un país donde hay una
gran diversiad de pueblos indígenas, y donde desafortunadamente el 71% de
dichos pueblos, son pobres (Coneval, 2018), sufren doble discriminación,
incluso el ser mestizo de piel obscura, rasgos indígenas, etc., es motivo de
discriminación. Es importante evidenciar la carga socialmente impuesta que
representa el ser pobre, indígena y mujer, se trata de una triple
discriminación, pues no es lo mismo a
que se trate de alguien rico, varón, blanco y heterosexual. Así como también,
no es lo mismo; ser mujer blanca y rica, a ser hombre, indígena y pobre.
Del mismo modo, al reconocer
la lucha étnica-racial, se desvela el colonialismo, el cual no ha
desaparecido, pues el hecho de que haya finalizado el colonialismo político no
significó el fin del colonialismo en las mentalidades y subjetividades, en la
cultura y en la epistemología. El colonialismo actual, destruye y menosprecia
toda aquello que se relacione con los pueblos indígenas, erosiona la
cultura, legitimando un epistemicidio;
como lo llamo Boaventura de Souza. Es a partir de esta premisa colonizadora,
que se busca confrontar una monocultura de la ciencia moderna, con una ecología
de saberes, basado en el reconocimiento de la pluralidad de conocimientos
heterogéneos más allá del conocimiento científico[4] el
cual ha sido el único válido.
Desigualdad por género
La desigualdad por género,
al igual que la raza y la etnia,ha sido interpretada por determinismos
biologicistas, pues dependiendo del sexo, corresponde un rol; mujeres las
tareas reproductivas y a los hombres las tareas productivas. El papel del
feminismo, ha sido clave en la tarea de visibilizar dichas desigualdades, la
denuncia del injusto reparto de roles y el binarismo de género, pues este
último es diverso. Para el análisis de dichas desigualdades, podemos hacer un
viaje a las lecturas de Angela Davis, quién describe de manera muy precisa
dichas intersecciones en un lugar y momento histórico, las lecturas de Rita
Segato o Silvia Federici.
Como vimos, entonces, todo comportamiento humano está sesgado de clase, de raza y género, por tanto, el cuerpo emite mensajes en ese sentido.[5]Esto quiere decir, que cada uno de nosotros nos comportamos, actuamos, accionamos, pensamos y procedemos de acuerdo a como confluyen estos constructos sociales, los cuales normativamente son formas dominantes de identidad en las sociedades jerarquizadas, que nos orilla a discriminar, devaluar, controlar y someter, invisibilizar y despojar, y es el capitalismo quién se beneficia de dichas desigualdadesy que a su vez las reproduce.

Es importante enfrentar los
problemas desde una perspectiva interseccional,
colocando sobre la mesa los
antagonismos por clase, raza y género, a fin de visibilizarlas y promover
instituciones económicas democráticas, no reproductoras de desigualdades, donde
el respeto a la diferencia y la otredad sean la regla, mas no la excepción.
Finalmente, quiero cerrar con estas reflexiones: “la lucha por la igualdad no
puede estar separada de la lucha por el reconocimiento de la diferencia.”[6] Las
economías sociales, solidarias, alternativas, transformadoras e inclusivas,
serán feministas, en clave decolonial y decrecientes, o no serán.
[1]
Orozco, A. P. (2014). Subversión
feminista de la economía: aportes para un debate sobre el conflicto
capital-vida. Traficantes de sueños.
[2] Di Donato, M. (2009). Decrecimiento o barbarie. Entrevista a
Serge Latouche. Papeles de relaciones ecosociales
y cambio global. Nº 107. Madrid.
[3] Rodríguez-Shadow, M. J. (2000). Intersecciones de raza, clase y
género en Nuevo México. Política y
cultura, (14), 109-131.
[4] De Souza Santos, B. (2011). Epistemologías del sur. Utopía y praxis latinoamericana, 16(54), 17-39.
[5] Pontón Cevallos, J. (2017). Intersecciones de género, clase,
etnia y raza: un diálogo con Mara Viveros.
[6] De Sousa Santos, B. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder.
Ediciones Trilce.